martes, 7 de marzo de 2017

Luces


Aquella noche de marzo de 2015 las luces de neón brillaban más que nunca y yo quería brillar junto ellas. Pero esa noche toda la luz que portaba en mi interior se apagó. Me las apagaron sin permiso. Ahora soy una luz fundida que, de vez en cuando, intenta brillar para alumbrar a otras personas.
Aquella noche salí con todas las luces encendidas, pues quería alumbrar la fiesta con luz propia. Todavía recuerdo como si fuera ayer la manera en la que deslumbraba. Era inapagable. 
Mis amigas y yo estábamos disfrutando de esa noche como otra cualquiera, pero no lo fue.
Fuimos a la discoteca a bailar, queríamos darlo todo en la pista, cantando y bailando las canciones que sabíamos como si las hubiésemos escrito nosotras mismas.
Entonces él se acerco a bailar. Él no tiene nombre ni cara. Él era un completo desconocido para mí.
La música seguía sonando y las luces de neón de la discoteca seguían brillando… Ojalá se hubiesen apagado para poder salir huyendo de allí.
Se acercaba, cada vez más… Mis luces le llevaban a un camino que yo no quería que él siguiera, hasta que por miedo, todas ellas se apagaron y le dejaron vía libre para seguir con su hazaña. Entonces me fundí completamente.
Empezó a besarme. Mis labios tenían para él el sabor de la victoria por haber conseguido el premio que tanto anhelaba, pero no paro ahí.
El chico sin rostro comenzó a tocarme sin permiso, como si yo fuera un objeto desconocido que tiene que averiguar cómo funciona. Como si fuera un objeto recién adquirido. 
Necesitaba que parara de tocarme. No quería que siguiese con su juego, pero ahí estaba yo, siendo la marioneta de su función.
Seguía. Él no quería parar. Nadie hacía nada. Me encontré sola y a la vez rodeada de gente que, al igual que yo, eran incapaz de reaccionar. Los demás por la música, yo por miedo.
Después del pánico, vino la reacción. Por un momento, las luces se encendieron para mostrarme el camino de vuelta.
Quité sus manos de encima y salí huyendo. Al coger aire se me apagaron todas las luces con las que había podido divisar el camino de la salida del infierno.
Quizá algún electricista sepa lo que le pasa a las bombillas del corazón ahora, quizá algún electricista sepa cómo reparar los cables para poder volver a brillar, o tal vez tenga que aprender a convivir con las luces rotas durante el resto de mi vida ayudándome de una linterna para poder alumbrar un poco mi vida.
Sin luces vivo con miedo constante a que todo el cableado que me compone se rompa, y así yo terminar de romperme con él.
Nadie se me merece que un chico sin rostro apague su luz propia. 
Han pasado dos años. Me apagaron con dieciséis. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario